La franja oscura – Capítulo II: Condenados

Todo empezó cuando el Dr. Bean Gondor y su equipo completaron el mapa del genoma humano. El mundo entero se puso a sus pies. En menos de dos años se desarrollaron curas para la mayoría de enfermedades. El cuerpo humano, como lo conocíamos hasta la fecha, dejó de tener secretos para ellos. Fundaron GØOD, una asociación sin ánimo de lucro que se dedicaba a buscar y erradicar defectos humanos.

Pero la buena fe duró poco más de diez años, y es que era un filón que muchos perseguían. Bean terminó por aislarse del equipo. Era consciente de que, si sus investigaciones caían en malas manos, tarde o temprano les pasaría factura. Y dado que sospechaba de varios de sus compañeros, destruyó todas las copias de sus proyectos, disolvió GØOD y desapareció.

Desde aquel mismo instante, era raro que no saliera en los informativos el titular: “Encontrado Bean en…”, donde fuera. Todo falacia. Bean había sido capaz de desaparecer, cerciorándose de que su antiguo equipo no fuera capaz de volver a desarrollar sus investigaciones.

Pero pasaron los años, y el propio Bean se empezó a sentir culpable de llevarse el secreto a la tumba. “Quizá otra persona rehaga el mapa”, se decía a sí mismo, pero no bastaba para acallar la voz que le atormentaba. Fue entonces cuando volvió a Prospect, su ciudad natal, y empezó a buscar un sustituto. “La búsqueda será ardua”, pensaba él, pero nada más lejos de la realidad. Y es que, si para algo tenía ojo el Dr. Bean, era para encontrar estudiantes con talento.

Pronto le empezaron a llegar noticias de un prometedor grupo de investigación al norte de Prospect, más concretamente en la Universidad de Denis. Nada fuera de lo común, el típico grupo de postdoctorados obsesionados con el cerebro humano. Esos estudiantes eran Edin Marks y Rea Archer, dos nano forenses que estaban construyendo una máquina capaz de convertir el cerebro en un disco duro en el que volcar o recoger información. A Bean le fascinó la idea, de modo que decidió apoyar el proyecto con generosas donaciones para poder mantenerse informado de los avances del mismo.

Ocho meses después, el prototipo estaba listo y Bean se presentó en el laboratorio. Por fin Edin y Rea iban a conocer al misterioso benefactor. Pero lo que no imaginaban era que el benefactor era el mismísimo Dr. Bean.

—¡Buenos días! —dijo Bean.

Edin y Rea se giraron.

—¿Quién es usted? No puede estar aquí —protestó Edin.

—Espera, Edin… ¿no te resulta familiar? —preguntó Rea.

—Pues no. Y sin autorización no debería estar aquí.

—Edin, Edin, te he estado observando. Eres listo, pero ese temperamento hay que controlarlo o, a la larga, te traerá problemas —advirtió Bean.

—No me diga.

—Soy el Dr. Naeb, y soy quien ha hecho que todo esto sea posible.

—Perdone, Dr. Naeb. Disculpe a Edin, está un poco estresado —dijo Rea.

—No se disculpe. ¿Puedo tutearla?

—Por supuesto.

—Querida Rea, de hecho creo que han hecho un trabajo formidable y, por eso, estoy aquí. Quiero ser el primero en probarlo.

—Con todos mis respetos, Dr. Naeb, el dispositivo no está listo aún. Quedan semanas de pruebas, quizá meses. Las pruebas con chimpancés no son concluyentes.

—¿Qué quiere decir?

Edin arrojó un informe sobre la mesa.

—Está todo ahí. Al parecer, el dispositivo funciona, pero de algún modo que no logramos descifrar, tras dos accesos al cerebro del chimpancé, el dispositivo deja de poder interactuar con dicho cerebro.

—Lo hemos probado con más de doscientos sujetos, y siempre con idénticos resultados —añadió Rea.

—De hecho, por eso estoy aquí —dijo Bean.

—¿A qué se refiere?

Bean arrojó otro informe encima del que Edin había lanzado y sonrió.

—Obviamente, no están mirando en el lugar indicado. El cerebro detecta la interacción como una amenaza y realiza los ajustes biológicos pertinentes para bloquearla.

—Su teoría es buena, pero hemos probado con sujetos sedados, incluso en coma, y los resultados no varían —respondió Edin.

—Pensaba que eras más listo, Edin. El cerebro no se desconecta porque el sujeto esté sedado, dormido o en coma, por lo que las protecciones siguen ahí. Echen un vistazo al informe y hagan las modificaciones oportunas. El tiempo se acaba.

—¿Qué quiere decir con que el tiempo se acaba? —preguntó Rea.

—Tienen veinticuatro horas. Mañana, a esta misma hora, seguiremos esta conversación, espero, con el problema resuelto. Que tengan un buen día.

Bean salió de la nave y Edin comenzó a analizar el informe con cada vez menos escepticismo.

—Rea, creo que Naeb puede que no esté tan loco como parece. Mira este ajuste y esta corrección. Esto no está hecho por un aficionado. El Dr. Naeb sabe lo que se hace.

—Pongámonos a ello.

Edin y Rea trabajaron toda la noche realizando los ajustes del dispositivo. Las correcciones de Bean eran concisas y no les costó terminarlo a tiempo. Eran las cuatro de la mañana cuando Rea miró fijamente a Edin y le hizo saber que iría a casa hasta la cita con el Dr. Naeb. A Edin no le importó. Después de todo, no quería más errores y sabía que se pasaría el resto del tiempo chequeándolo todo una y otra vez hasta que no quedara la más mínima duda de que todo funcionaría como es debido.

Rea abrió la puerta de su piso. No era nada ostentoso, simplemente sesenta metros cuadrados decorados, aún, por el anterior inquilino. Pero fue su piso mientras era estudiante, y, de algún modo, le había cogido cariño. Soltó su maletín sobre el escritorio y un libro que había estado consultando varias semanas atrás cayó al suelo, provocando un sonido seco. Rea recogió el libro del suelo y no pudo evitar mirar la foto que aparecía en una de sus páginas. Era el equipo de GØOD y, aunque el autor era Jeff Hawkins, estaba desarrollado conjuntamente con GØOD.

Sonó el despertador. Rea reaccionó y se percató de que no era la primera vez que sonaba y que, como consecuencia, llegaría tarde. Apenas en diez minutos ya estaba lista. Cogió sus cosas y salió disparada hacia el laboratorio. Sabía que no tardaría más de quince minutos en llegar y que, por consiguiente, lo haría a tiempo. Pero, aun así, el corazón estaba a punto de estallarle.

—¡Llegas tarde! ¿Dónde demonios estabas? —gruñó Edin.

—Estoy aquí, ¿no? Pues no me alteres más de lo que ya estoy —respondió ella.

—Como quieras. ¿No me lo vas a preguntar?

—¿Funciona?

—Como un reloj suizo. He repasado los resultados una y otra vez. ¿Y sabes qué estás observando?

—No puede ser… ¿es 28?

—No, Rea. Es 23. Aunque no como lo conoces. Físicamente, sí, claro, pero cerebralmente es 28.

Rea no daba crédito a lo que veía.

—A ese sujeto nunca pudimos hacerle ni siquiera una primera lectura.

—Con los nuevos ajustes, no solo puedo volcar el mapa Fortix completo, sino que volcarlo es pan comido.

—¿Cuántos accesos hacen falta?

—Seis, aunque creo que puedo reducirlo a tres.

—Es fascinante. ¿Y el tiempo?

—Dos horas: una para leer y otra para volcar.

—Supongo que lo podremos mejorar. Quizás con sedantes el acceso sea biológicamente más estable.

—Sea como sea, las modificaciones del Dr. Naeb han dado en el clavo. Creo que incluso podríamos usarlo con…

Bean irrumpió en la sala.

—Por sus gestos, he de deducir que mis cálculos eran correctos, ¿no es así?

—¡Ya lo creo! Uuuuuuhhhh… ¡esto lo cambiará todo! ¡Seremos ricos! —exclamó Edin.

—No seas estúpido, Edin. Esto está por encima del dinero. ¿Te das cuenta de lo que tienes entre tus manos? Podríamos hacer una copia de seguridad de los cerebros de las mejores eminencias científicas y volcarlo en cualquier otra persona. Incluso seleccionar los conocimientos que queramos e implantarlos a otra persona o a nosotros mismos.

Los ojos de Edin brillaban como si una estrella se hubiera alojado en su interior.

—¿No estaremos jugando a ser Dios? —preguntó Rea.

—Dios ya ha jugado lo suficiente con nosotros. Y ahora ha llegado nuestro momento. Preparadlo todo. Quiero una lectura de mí mismo.

—Todavía no sé si es del todo seguro. Me gustaría un poco más de tiempo para… —intentó advertir Edin.

—No disponemos de más tiempo, Edin. Es ahora o nunca.

—En media hora estará todo listo. Túmbese en esa camilla e intente estar lo más relajado posible. Edin, ¿puedes venir un momento al despacho? Es importante.

—Voy.

—Creo que ya sé por qué me resulta familiar el Dr. Naeb. Ayer, por casualidad, vi una foto en un libro. Pero no ha sido hasta ahora mismo cuando lo he visto claro.

Rea cogió un papel y un lápiz y escribió “Dr. Naeb”.

—¿Ves lo mismo que yo?

Rea apuntó con la punta del lápiz el nombre y lo subrayó de atrás hacia adelante.

—¡Mierda, Rea! ¿Me estás diciendo que la persona que está tumbada en la camilla es el Dr. Bean?

—No puede ser una coincidencia —respondió ella, sacando el libro de su maletín y mostrando la foto—. ¿Ves el parecido?

—¡Qué bastardo! Nos deja hacer el trabajo duro para arrebatárnoslo delante de nuestras narices. Apuesto a que, tras su lectura, querrá acabar con la investigación.

—No seas ridículo. Esto es demasiado grande como para que desaparezca así como así.

—Si en algo es experto el Dr. Bean, es en hacer desaparecer las cosas. Hagamos una cosa: le convenceremos para sedarle con la excusa de reducir el tiempo de lectura-escritura y, mientras duerme, ya pensaremos algo.

—Voy a preparar los sedantes.

Este relato es una creación original del autor. La imagen ha sido generada por inteligencia artificial mediante ChatGPT/Sora.

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